Los centros de datos de IA consumen demasiada energía. El plan 'moonshot' de Google es llevarlos al espacio

Los centros de datos de IA consumen demasiada energía. El plan 'moonshot' de Google es llevarlos al espacio
Los centros de datos de IA consumen demasiada energía. El plan 'moonshot' de Google es llevarlos al espacio

Entrenar modelos como ChatGPT, Gemini o Claude exige cada vez más electricidad y agua, al punto de que el consumo energético de la IA amenaza con superar el de países enteros. Los centros de datos se han convertido en auténticos sumideros de recursos. Según estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía, el gasto eléctrico de los data centers podría duplicarse antes de 2030, impulsado por la explosión de la IA generativa. 

Ante esa perspectiva, los gigantes tecnológicos buscan desesperadamente alternativas. Y Google cree haber encontrado una que parece salida de la ciencia ficción: enviar sus chips de inteligencia artificial al espacio.

Conquistando el espacio. La compañía ha desvelado Project Suncatcher, un experimento ambicioso que suena a ciencia ficción: colocar sus TPUs —los chips que alimentan su inteligencia artificial— en satélites impulsados por energía solar. La órbita elegida, de tipo heliosíncrono, garantiza luz casi constante. En teoría, esos paneles podrían trabajar las 24 horas del día y ser hasta ocho veces más eficientes que los que tenemos en la Tierra

Google planea probar su tecnología con dos satélites prototipo antes de 2027, en una misión conjunta con la compañía Planet. El objetivo será comprobar si sus chips y sistemas de comunicación pueden sobrevivir al entorno espacial y, sobre todo, si es viable realizar cálculos de IA en órbita.

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La ingeniería detrás de la idea. Aunque suena a ciencia ficción, el proyecto tiene bases científicas sólidas. Google propone construir constelaciones de pequeños satélites —decenas o incluso cientos— que orbiten en formación compacta a unos 650 kilómetros de altura. Cada uno llevaría a bordo chips TPU Trillium conectados entre sí mediante enlaces ópticos láser. Esos haces de luz permitirían que los satélites "hablen" entre sí con velocidades de hasta decenas de terabits por segundo. Es una capacidad indispensable para procesar tareas de IA de manera distribuida, como lo haría un data center terrestre.

El desafío técnico es enorme: a esas distancias, la señal óptica se debilita rápidamente. Para compensarlo, los satélites tendrían que volar a apenas unos cientos de metros de separación. Según el propio estudio de Google, mantenerlos tan cerca requerirá maniobras precisas, pero los cálculos sugieren que bastarían pequeños ajustes de órbita para conservar la formación estable.

Además, los ingenieros ya han probado la resistencia a la radiación de sus chips. En un experimento con un haz de protones de 67 MeV, las TPUs Trillium soportaron sin fallos una dosis tres veces superior a la que recibirían durante una misión de cinco años en órbita baja. "Son sorprendentemente resistentes para aplicaciones espaciales", concluye la compañía en su informe preliminar.

El gran reto: hacerlo rentable. Más allá de los problemas técnicos, el desafío económico es el que está en el foco. Según cálculos citados por The Guardian y Ars Technica, si el precio del lanzamiento cae por debajo de los 200 dólares por kilo hacia mediados de la década de 2030, un centro de datos orbital podría ser económicamente comparable a uno terrestre. El cálculo se hace en coste energético por kilovatio al año. "Nuestro análisis muestra que los centros de datos espaciales no están limitados por la física ni por barreras económicas insalvables", afirma el equipo de Google.

En el espacio, la energía solar es prácticamente ilimitada. Un panel puede rendir hasta ocho veces más que en la superficie terrestre y generar electricidad casi continua. Eso eliminaría la necesidad de enormes baterías o sistemas de refrigeración basados en agua, uno de los mayores problemas ambientales de los data centers actuales. Sin embargo, no todo brilla en el vacío. Como recuerda The Guardian, cada lanzamiento emite cientos de toneladas de CO₂, y los astrónomos alertan de que el creciente número de satélites "es como mirar el universo a través de un parabrisas lleno de insectos". Además, volar constelaciones tan compactas aumenta el riesgo de colisiones y de basura espacial, una amenaza ya preocupante en la órbita baja.

Una carrera por conquistar el cielo. El anuncio de Google llega en plena fiebre por los centros de datos espaciales. No es la única compañía que mira hacia arriba. Elon Musk aseguró recientemente que SpaceX planea escalar su red de satélites Starlink —ya con más de 10.000 unidades— para crear sus propios data centers en órbita. "Bastará con escalar los satélites Starlink V3, que tienen enlaces láser de alta velocidad. SpaceX lo va a hacer", escribió Musk en X.

Por su parte, Jeff Bezos, fundador de Amazon y Blue Origin, predijo durante la Italian Tech Week que veremos "clústeres gigantes de entrenamiento de IA" en el espacio en los próximos 10 a 20 años. En su visión, estos centros serían más eficientes y sostenibles que los terrestres: "Aprovecharemos la energía solar las 24 horas, sin nubes ni ciclos nocturnos".

Otro actor inesperado es Eric Schmidt, ex-CEO de Google, que compró la empresa de cohetes Relativity Space precisamente para avanzar en esa dirección. "Los centros de datos requerirán decenas de gigavatios adicionales en pocos años. Sacarlos de la Tierra puede ser una necesidad, no una opción", advirtió Schmidt en una audiencia ante el Congreso estadounidense.

Y Nvidia, el gigante de los chips de IA, también quiere probar suerte: la startup Starcloud, respaldada por su programa Inception, lanzará este mismo mes la primera GPU H100 al espacio para ensayar un pequeño clúster orbital. Su meta final: un centro de datos de 5 gigavatios orbitando la Tierra.

El nuevo campo de batalla. El proyecto de Google sigue en fase de investigación. No hay prototipos en órbita ni garantías de que los haya pronto. Pero el solo hecho de que una empresa de tal calibre haya publicado modelos orbitales, cálculos de radiación y pruebas de comunicación óptica muestra que el concepto ya ha pasado del terreno de la especulación al de la ingeniería aplicada.

El proyecto hereda la filosofía de otros moonshots de la compañía —como los coches autónomos de Waymo o los ordenadores cuánticos—: explorar ideas imposibles hasta que dejen de serlo. El futuro de la computación podría no estar bajo tierra ni en enormes naves industriales, sino en enjambres de satélites brillando bajo el sol permanente del espacio.

Imagen | Google

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